El periodista de El Mundo Andalucía Francisco Javier Recio, jefe de la Sección Local de este medio en Sevilla y con una amplia trayectoria en prensa escrita a sus espaldas, ha publicado hoy en el rotativo en el que trabaja un artículo de opinión llamado «Estepa», en el que expresa su visión de los incidentes ocurridos en la localidad hace una semana, indicando que el municipio estepeño «no es la España profunda. Son gente corriente con problemas corrientes que se ha cansado de esperar».
ESTEPA. Francisco Javier Recio.
«ESTEPA NO es la España profunda. Si alguien ha querido ver en los sucesos de la última semana una supuración de la vieja gangrena de odios familiares que recorre de tinado en tinado la geografía española, está confundido. Estepa es una joya de la industria manufacturera en un lugar, Andalucía, donde cada vez hay menos industrias y más camareros. De septiembre a enero, el desempleo se reduce allí hasta el 7 por ciento gracias a la fabricación de dulces navideños en 23 fábricas que no han tenido que hacer ningún ERE. Ni siquiera un ERE legal. No hay síntomas en Estepa que lleven a temer un estallido social por causas económicas. Al menos, no más que en otros sitios donde la gente lleva una década soportando miserias sin rechistar, sostenidos en la economía sumergida, en el subsidio y el conformismo.
Y en este rebaño apaciguado salta de pronto la chispa de la violencia. La gente está harta de que les roben y reúne todas las culpas en una única familia. Es más fácil poner un mote o un apellido al agravio que detenerse a pensar si puede haber más culpables. «Mis hijos no han podido robar tanto», explica la matriarca del clan como queriendo aliviar la gravedad de su falta, resignada, justificando la actividad delictiva de su prole como un hecho inevitable y dejando tras su peculiar confesión un reguero de responsabilidades para que nos las repartamos entre todos como buenamente podamos. No hay atisbo de arrepentimiento en sus palabras, no hay compromiso alguno de cambiar de vida, sólo de marcharse del pueblo. Eso sí, siempre que les den una vivienda y un trabajo en otro sitio. Una vivienda y un trabajo, lo mismo a lo que aspiran decenas de miles de andaluces a los que no se les ocurre entrar en casa del vecino por la azotea para robarle el televisor.
A los que viven con el temor cierto de encontrarse la cerradura reventada al regresar a casa, les pedimos que sigan aguantando. Que soporten los robos, que se resignen a ver en la calle a sus autores 24 horas después de la detención, que traguen con una legislación plagada de agujeros por la que se cuela el delincuente, que se conformen con un gobierno paternalista que alivia con el subsidio la mala conciencia de su fracaso en el desarrollo social y económico, que se acostumbren a vivir en una sociedad cada vez más condescendiente, con una educación menos exigente en la que aprobar no es una obligación sino un derecho del alumno, reclamable ante la Administración educativa. Porque esto es lo que hay, tan inevitable como los pequeños hurtos de los zagales del clan de ‘Los Chorizos’.
De vez en cuando alguien se harta y entonces prende la mecha. La justicia por mano propia no es justicia sino delincuencia. La venganza no soluciona los problemas, los agrava. Unos roban y los otros queman, tando da. Lo que no cabe es marcar distancias como si lo de Estepa hubiera sido obra de unos cuantos cazurros preñados de odios seculares. Son gente corriente, con problemas corrientes. Sólo que se han cansado de esperar. Y eso no es una justificación. Es justamente lo más preocupante de todo.»