Hasta el 9 de enero de 2012 podrá visitarse en el edificio del Ayuntamiento de Estepa la muestra Catrástofe de Chernobyl. XXV aniversario. Tragedia del pasado, realidad del presente, una exposición colectiva compuesta por fotografías de Wladimir Bazan, Raúl Moreno y del estepeño Quino Castro acerca de la realidad actual de Bielorrusia. Castro expone 16 obras de gran formato sobre las consecuencias del accidente radioactivo de Chernobyl (Ucrania) en el país vecino de Bielorrusia 25 años después de la tragedia.
Quino Castro tiene 45 años y lleva casi veinte dedicado a la fotografía de manera profesional. Sus otras dos pasiones son la música de Bob Dylan, al que sigue en sus conciertos por Europa siempre que puede -el último este mismo fin de semana, en Londres-, y su familia, especialmente su hija Lorca, de tan sólo un año de edad.
El fotógrafo estepeño ha mostrado sus instantáneas, entre otros lugares, en la Universidad de Elche, en la Diputación de Sevilla y en la Diputación de Alicante. Además, ha expuesto una serie de sus fotos en Photoespaña 2008, el festival de fotografía de carácter internacional más prestigioso de nuestro país.
Actualmente, Castro tiene una de sus obras en una exposición itinerante sobre los derechos humanos organizada por Amnistía Internacional y que está recorriendo las mejores salas expositivas de España. Con la ONG Médicos del Mundo también ha expuesto dos series de sus fotografías, una de Centroáfrica y otra de Bielorrusia en la Casa Encendida y en la Sala de la Calcografía del Museo de las Bellas Artes de San Fernando, ambas en Madrid.
También cabe resaltar en su biografía que sus obras han sido seleccionadas para las exposiciones de Médicos del Mundo del concurso Luis Valtueña en las ediciones 2000 y 2006, y que fue finalista en la edición de 2008 dentro de la categoría Descubrimientos de Photoespaña con su serie «Bielorrusia, la última frontera».
EL Digital (ED): ¿Cómo surgió la idea de hacer esta exposición?
Quino Castro (QC): Podríamos decir que la exposición es la guinda de un pastel, el final de un proyecto que comenzó en 2004, cuando tuve mi primer contacto con Bielorrusia. Viajé allí en un viaje organizado por la asociación Estepa Acoge, cuyo presidente entonces era Juan María Ávalos, y el Ayuntamiento de Estepa. Hasta 2009, viajé en tres ocasiones, y esta exposición sería el resultado final de esta experiencia.
ED: ¿Es la primera vez que expone sus fotografías sobre Bielorrusia?
QC: No, ésta es la tercera exposición sobre este país. La primera fue en 2006 y se llamó Bielorrusia, vida en las aldeas. Pudo verse en Sevilla y Cádiz, y trató sobre el día a día en las aldeas de Bielorrusia. La segunda tuvo lugar en 2008, y estuvo compuesta por los trabajos que presenté a Photoespaña, que es el máximo certamen fotográfico de nuestro país. Fui finalista en la categoría «Descubrimientos», y en aquella ocasión, la exposición mostraba imágenes en general de Bielorrusia. Pudo visitarse en Madrid. La tercera es ésta, más centrada en las consecuencias de la catástrofe de Chernobyl (Ucrania) en Bielorrusia. Las fotos están tomadas a unos 20 kilómetros de la frontera entre los dos países, que hacen 25 años formaban parte de la Unión Soviética. El día de la tragedia, el 25 de abril de 1986, el aire soplaba hacia el norte, hacia Bielorrusia, de ahí que la nube tóxica afectara de lleno a los bielorrusos.
ED: ¿Qué relación le une a los otros dos fotógrafos que exponen junto a usted?
QC: Relación física, ninguna, porque no los conozco personalmente. La idea de aunar nuestras imágenes fue de la Fundación Andalucía Solidaria, cuyo presidente es el estepeño Anastasio León, y a la que pertenecen un número importante de asociaciones locales como Estepa Acoge. Su idea fue buscar un tema común con motivo del 25 aniversario de la catástrofe nuclear de Chernobyl. Los otros fotógrafos fueron propuestos por otras asociaciones, mientras que a mí me propuso la asociación estepeña. Cada uno mostramos una visión diferente del mismo problema.
ED: ¿En qué difieren sus visiones?
QC: Pues, por ejemplo, Wladimir es bielorruso, y en sus fotografías, en blanco y negro, muestra la tragedia desde el interior del país porque él incluso es víctima de la misma. Su visión se presenta a lo largo del tiempo. Raúl, por su parte, plantea las imágenes más fotoperiodísticas; él hizo dos viajes y se centró más en la zona concreta de Chernobyl. Las mías, en cambio, son exclusivamente de Bielorrusia.
ED: ¿Cuándo viajó a Bielorrusia?
QC: La primera vez, como he dicho, fue en 2004, con el Ayuntamiento de Estepa y la asociación Estepa Acoge. El segundo viaje lo hice por mi cuenta unos meses después, mientras que en 2006 volví a aquel país de nuevo con Estepa Acoge y el Ayuntamiento de Estepa. Es justo decir que aquella infraestructura se le debe a la corporación anterior, presidida por Juan García Baena.
ED: ¿Qué le causó más impresión en sus viajes?
QC: Lo que más me ha impresionado en mis viajes a Bielorrusia ha sido el desasosiego de los niños, la indefensión que ves en ellos. La catástrofe afectó a todos pero hay un problema añadido para los niños que es la rotura de las familias a raíz de aquello. En aquel tiempo, Bielorrusia pertenecía a la URSS, había un hermetismo que impedía saber lo que ocurría dentro del país, y lo que había no era más ni menos que unos niveles de pobreza muy elevados. Si a eso añadimos la radioactividad, se llega a un abandono masivo de niños por parte de sus padres. Los orfanatos están plagados de niños con malformaciones porque las familias no tienen medios para sacarlos adelante. No obstante, en los orfanatos también hay muchos niños sanos que también fueron abandonados. Sin olvidar los altos niveles de alcoholismo que padece el país.
ED: ¿Y lo que recuerda con más cariño?
QC: La bienvenida que te dan las familias en las aldeas. Las ciudades son como las del resto de Europa, pero en las aldeas, donde no tienen ni luz ni agua, te acogen desinteresadamente, y eso es algo que te impresiona.
ED: En líneas generales, ¿qué muestran sus fotografías en la exposición?
QC: Las fotografías de mi exposición suponen una mirada interior e intimista del día a día de la gente de Bielorrusia, de sus vidas, influenciadas por las consecuencias de la contaminación radiactiva de Chernobyl, una mirada sobre qué ocurre en la vida diaria de estas personas 25 años después de la tragedia. Eso incluye la vida de los niños huérfanos, la situación social y económica de las familias pobres, la realidad oculta de las enfermedades provocadas por la presencia de metales pesados en su alimentación y en el aire, la realidad de los hospitales infantiles, las peculiaridades de las escuelas infantiles… Para mí, la exposición es como la llave de una casa extraña, una llave que te abre la puerta y te permite estar durante unos minutos en el interior de una casa de verdad, en el interior de la sala de un hospital, en la sala de recreo de un orfanato, en la cocina de una mujer bielorrusa que vive en una aldea abandonada. Y todo ello con el permiso y el beneplácito de sus protagonistas, los dueños de las casas, las cuidadoras de los orfanatos, los médicos de los hospitales, y los padres y madres de los niños afectados.
ED: De las fotos que expone, ¿cuál es su preferida?
QC: Mis fotos preferidas son dos. La primera es con la que abro la exposición, titulada “Lukashenko, el apoyo de un pueblo”. Es una foto muy irónica, donde hay que pararse unos segundos a leer entre lineas y observar los elementos que aparecen en ella. Es una sala vacía de un orfanato, una sala de madera, típicamente bielorrusa, con un cuadro del presidente-dictador Lukashenko presidiendo la pared, y a sus pies, una fila de sillas pequeñas vacías. Ésa es la metáfora del título, el apoyo de un pueblo, no hay nadie sentado, no hay nadie apoyando su régimen, en la parte inferior izquierda aparece la figura de un gran oso de peluche, con un bigote negro… algo que compone perfectamente con el gran bigote del retrato del presidente. Ambas figuras se enfrentan en la composición como luchando por su protagonismo en la foto. La metáfora es que el retrato del presidente se convierte en su propia pantomima, representado en el peluche.
ED: ¿Y la segunda?
QC: La segunda sería la de Maria Nichtoska, en la aldea de Prudistche, en la región de Gomel. La foto muestra a la señora Nichtoska en el interior de su humilde casa señalando uno de sus tantos recuerdos familiares que posee colgados de las paredes. Esta foto y esta mujer resumen la situación oculta de un país o una zona afectada por la radiactividad. La aldea de Prudistche está cercana a la frontera con Ucrania, donde ocurrió el accidente, y ésta junto con muchas otras aldeas fueron desalojadas a la fuerza por el gobierno soviético de entonces. El desalojo se hizo de forma rápida e intensiva y estuvo mal organizado, lo que provocó un caos absoluto en una población a la que mantuvieron engañada durante una semana antes de reconocer la verdadera magnitud de la tragedia. Cuando decidieron la evacuación, apenas tuvieron tiempo de recoger nada, además de no permitirle llevar nada consigo que pudiera estar contaminado. La población fue realojada en pabellones improvisados y construidos a la carrera para acoger a las familias que vivían en las zonas directamente afectadas. María, que por entonces tenía 60 años, pensó que su vida era su aldea y su pequeña huerta con animales. Preguntó qué ocurriría si se quedaba allí y le hablaron del cáncer, de los problemas de la radiactividad, pero ella decidió permanecer en su casa porque, de cualquier modo, no pensaba que viviría muchos años más. Hoy vive sola en lo que se denomina una de las “aldeas fantasmas”, que son esos lugares que hace veinticinco años estuvieron habitados y en los que, de pronto, la población desapareció, dejando intactas todas y cada una de sus viviendas. María al principio no podía creer que viviría sola en una aldea donde las casas se quedaron con las puertas abiertas con todo su menaje y utensilios en el interior, pero con una férrea barrera exterior que impediría el paso a personas extrañas. Sólo años después se permite el acceso a estas zonas y todavía hay viejos carteles que advierten del peligro de radiación si permaneces mucho tiempo en el lugar.
ED: Defíname en una frase la secuencia de fotografías que usted expone.
QC: He dividido la exposición en cinco apartados o secuencias de imágenes. La primera es una mirada general al país, con la foto del presidente y la de algunos detalles del interior de colegios y elementos identificativos del país y que podría titular “Así es Bielorrusia». La segunda secuencia muestra una serie de tres retratos de niños: “Niños Bielorrusos, desolación y esperanza”. El tercer apartado, quizás el más duro, podría titularse “Víctimas de Chernobyl”, pues muestra las consecuencias directas de la radiactividad sobre la población más vulnerable que son, sin duda, los niños. Particularmente duro es el caso de Polina, una niña que conocí en 2006, en el orfanato de Borisov cuando tenía apenas dos años y que, debido a los efectos de la radiactividad, nació sin extremidades inferiores y con un solo brazo en el que muestra sonriente su único dedo de su mano izquierda. Intenté que la foto no fuese dura gráficamente hablando, así que retraté a Polina en su cuna, rodeada de juguetes, pero cogiendo el peluche que le ofrece su cuidadora solo con la boca, ya que nunca podrá abrazarlo. La cuarta serie, “Mi vida diaria”, refleja el interior de las casas humildes. Un vistazo a estas imágenes nos da una descripción detallada de cómo es la vida diaria de su gente. La quinta y última serie son fotografías de hospitales. Una de ellas muestra a Edik en el hospital de Naroch y la otra es una imagen de una radiografía de casos de deformaciones en la columna de algunas personas. Sinceramente, son imágenes tan visualmente explícitas que no se necesita titularlas.
ED: Además de estas instantáneas, ¿qué se trajo de sus viajes a Bielorrusia?
QC: No sé a qué te refieres exactamente cuando dices que qué me traje de Bielorrusia, aparte de algunas botellas de vodka (risas)… Pues me traje el cariño de mucha gente, aunque también dejé allí parte de mí; es muy grato volver una y otra vez y que te recuerden de un año para otro, eso es señal que dejé parte de mi corazón allí.
ED: Ya por último, ¿le gustaría volver a aquel país, lo tiene previsto?
QC: No tengo previsto el regreso inmediato a Bielorrusia. Ahora tengo a mi hija Lorca, es un nuevo miembro de mi joven familia. Ella me necesita a su lado y no puedo ausentarme durante mucho tiempo. Ahora paso más tiempo oyendo a Dylan y viendo pelis antiguas. Pero sin duda volveré, no sé cuándo, quizás con mi familia, creo que sería una magnífica experiencia para un niño español conocer cómo viven los niños bielorrusos, pues siempre ha ocurrido al revés, son ellos los que nos visitan cada verano, así que estaría bien que mi hija conociese esa realidad. Además, estoy en deuda con aquella gente, me gustaría volver para pagarles tanto apoyo, a las familias, a los directores de los centros que nos permitieron tomar fotos, a las traductoras, a los conductores y, porqué no también, a ciertos miembros del Gobierno que no nos pusieron muchas pegas para hacer nuestro trabajo. Sin duda alguna, les debo mi última foto.