Texto: Remedios Camero / Fotos: José Manuel León
No cabe duda de que los mejores embajadores de Estepa son los propios estepeños. Sin embargo, el más difícil todavía lo ostenta José Manuel León Muñoz, un estepeño de 42 años que, aunque pasa poco tiempo en su pueblo por motivos de trabajo, ha situado el nombre de Estepa y su imagen más representativa, la Torre de la Victoria, a 7.000 metros de altura, en la cima de la montaña más alta de América: el cerro Aconcagua, en la Cordillera de los Andes.
José Manuel alcanzó este hito el 19 de enero de 2011, después de 25 días de expedición. Viajó desde Estepa a la ciudad de Mendoza, Argentina, acompañado de otro amante de la montaña y aventurero como él, Miguel, un amigo valenciano. Allí se unieron a una grupo de Aragón formado por once personas para compartir con ellos el transporte, la logística y el porteo de material, debido al elevado peso que llevaban. Sin embargo, de los trece expedicionarios sólo alcanzaron la cima tres; el resto tuvo que ser evacuado en helicóptero al no poder resistir la dureza de la subida. José Manuel León sí llegó a la cumbre.
Explica José Manuel que esto se debe a que “el gran handicap de estas montañas es la altura en sí y la capacidad de aclimatación a la altura de cada expedicionario”. Los glóbulos rojos del cuerpo humano, a partir de 3.500 metros, tienen dificultad en captar oxígeno, por lo que a partir de esa altura “son los glóbulos rojos los que deciden si continúas o no” . No obstante, la subida no se hace de un tirón, sino que los montañeros van ganando metros a la montaña usando un sistema llamado “dientes de sierra”, y que consiste en subir y alcanzar una altura, montar un campo de altura y trasladar a él parte del material, desandar lo andado para dormir en otro campo situado en una cota más baja, para continuar la subida al día siguiente y así sucesivamente, de modo que el cuerpo se vaya haciendo poco a poco a la altura.
José León ha publicado esta experiencia en un libro llamado “De Estepa al Centinela de Piedra”, publicado por ediciones QVE y que puede adquirirse en las librerías estepeñas. En él, este aventurero relata sus 25 días de expedición y muestra fotografías de los distintos momentos de la subida.
Volviendo a la subida al Aconcagua, José Manuel reconoce que sin duda se corre un riesgo, pero considera que uno mismo es el encargado de medirlo y de saber hasta dónde se es capaz de llegar. Él tiene muy claro que no tiene interés en engrosar ninguna lista de montañeros “de los que han perdido siquiera una falange de un pie” porque, ante todo, se trata de disfrutar de la aventura, y él lo hace desde que parte de Estepa hasta que alcanza, si puede, el objetivo marcado. También reconoce haberse retirado de algunas experiencias antes de conseguir su reto, pero no le importa: los momentos de felicidad, según nos dice, los hace en el camino, en el conocer gente y nuevos lugares, en las vivencias experimentadas, en la gastronomía que conoces, en la incertidumbre de dónde dormirás o cómo te desplazarás…. “Lo importante es el camino, aunque suene muy típico, pero es lo más valioso, y si hubiera tenido que retirarme del Aconcagua sin llegar a la cima, me hubiera quedado en Argentina visitando el país, porque para mí el mayor placer está en el viaje”, afirma.
Y es lógico, porque José Manuel no se considera un montañero al uso, sino más bien un aventurero en toda regla. La aventura es una constante en su vida, aventura en su sentido más puro, al igual que el deporte o los viajes. Desde el primer viaje que hizo al extranjero, a Escocia, con 18 años y sin saber ni una palabra de inglés, hasta hoy, ha viajado por medio mundo: al Himalaya, en 2009, donde viajó solo; a la selva de Tailandia; a Chitwan, en la frontera de la India con Nepal; al Toubkal de Marruecos, la segunda cumbre más alta de África después del Kilimanjaro… Cordilleras montañosas, selvas, lugares remotos “en los que viajar solo ha sido mi segunda escuela de enseñanza en todos los aspectos”.
Sin embargo, reconoce que todas sus aventuras han nacido aquí, en su tierra, en un radio de menos de 80 kilómetros, donde también hay “parajes maravillosos”: en Granada, en Ardales (Málaga), en el Torcal de Antequera, en El Chorro o en la propia Sierra de Estepa, lugares donde ha encontrado “rincones espectaculares en los que, cerrando los ojos, podrías estar en cualquier lugar del mundo”.
José Manuel alcanzó la cima del Aconcagua hacia las dos de la tarde del 19 de enero, “agotado por la falta de oxígeno y el extremo cansancio”, andando a gatas prácticamente, pero con la satisfacción de haber conseguido el reto deportivo que se había marcado. Unos veinte minutos después, cuando ya se marchaba, llegaron dos noruegos y fue uno de ellos el que le hizo la fotografía que acompaña este artículo y en la que se le ve sosteniendo la bandera estepeña que le acompaña, según confiesa, en todos sus viajes.
Para el 2012, José Manuel tiene previsto atacar los 5.895 metros del Kilimanjaro, en Tanzania, conocido como “el techo de África”, y ello con la vista puesta también en la primavera de 2013, cuando espera alcanzar la cima del monte Cho Oyu, en China, de 8.201 metros de altitud. Explica que estas expediciones conllevan muchos meses de preparación tanto de su estado físico como de logística (recurrir a muchos contactos, realizar mucha burocracia…), así como desembolsar curiosas sumas de dinero que él siempre ha pagado de sus ahorros, porque en algunos casos el coste de estas expediciones puede superar los diez mil euros.
No obstante, y con el fin de iniciar un nuevo proceso de aclimatación, antes de los lugares mencionados José Manuel viajará al Toubkal, en Marruecos, una montaña de 4.165 metros que espera subir en noviembre con otro aventurero estepeño, Manuel Haro Jiménez, para el que sí será su primera subida a un “cuatro mil”. Este amigo le acompañará después también al Kilimanjaro, donde han escogido hacer la ruta menos transitada y a la vez más dura físicamente: la Machame. Antes harán los “tres miles” de Granada y todos los fines de semana, cualquier subida a montañas cercanas, con el fin de ir aclimatando el cuerpo poco a poco, porque esas escaladas y la actividad en las montañas son la base de su entrenamiento.
“Necesito estar en contacto con la montaña, para mí es la máxima felicidad.” Pues adelante, José Manuel, porque el principal obstáculo para no conseguir algo es no intentarlo y en tu espíritu aventurero está claro que no hay sitio para el desánimo.