Texto: Remedios Camero / Fotografías: Quino Castro
José María Rivero, José María Luque y Félix Blanco son memoria viva de la última época del cine en Estepa, la que protagonizó el Cine Florida y que va de los años 50 hasta casi su cierre, en 2003. Los tres recurrieron a la empresa cinematográfica como un segundo empleo, como un sobresueldo, y como una forma de estar asegurados y procurarse para el futuro una jubilación mejor. Al final, a los tres les quedan los recuerdos de varias décadas ligadas al mundo del celuloide y de cómo éste pasó de ser un negocio floreciente a caer en decadencia con la llegada de la televisión y las nuevas tecnologías.
MEMORIA VIVA DE CINCO DÉCADAS DEL CINE FLORIDA EN ESTEPA
La vida puede ser como una película, o mejor dicho, como trozos de muchas películas: a ratos comedia, a ratos drama, y puede tener acción, amor, lágrimas, risa… Las vidas de tres estepeños como José María Rivero, José María Luque y Félix Blanco tienen de todo eso y más, porque el más joven de ellos, Félix, ya tiene 78 años, y en ocho décadas hay mucho vivido y mucho que contar. Sus vidas, además, tienen en común el cine, ya que los tres trabajaron juntos en el hoy desaparecido Cine Florida, aunque desempeñando tareas diferentes: Rivero era taquillero; Luque, operador, mientras que Félix era acomodador y portero. Desde el año 1953, en que comenzaron Rivero y Luque, hasta el año 1995, en que se jubiló este último, hay mucha cinta que contar y que cortar, aunque de esto último ya se encargaba la censura de la época.
Y es que eran otros tiempos. Los tiempos en los que se ganaban ocho o diez pesetas por función. Los tiempos en los que las películas eran de celuloide, un material inflamable que ardía con facilidad, por lo que el mismo foco del proyector podía prender la cinta si el rollo se detenía un momento. Eran los tiempos también en los que la belleza despampanante de Sofía Loren o Silvana Mangano se veía mermada por las tijeras de la censura franquista, que evitaba que estas italianas imponentes mostraran más piernas de lo que permitía la recta moral de la dictadura.
El público creía que el corte se lo daban aquí, en el Cine Florida, pero Luque explica que no, que la película ya venía cortada de la distribuidora, según establecía el ministerio del ramo en un documento donde se indicaban las escenas que estaban censuradas y que se adjuntaba con la película. “Anda que no me han chiflado a mí veces creyendo que la película la cortaba yo”, se ríe ahora José María Luque al recordar aquellos tiempos en los que la gente mostraba su enfado con la censura cortando con sus navajillas la enea de las pobres sillas que de nada tenían culpa.
Eran también tiempos en los que a veces se iba la luz y la gente se enfadaba mucho, porque había que esperar para reanudar la sesión. “Yo le temía a eso”, sonríe Félix Blanco al recordar el cabreo de la gente o cómo se tenía que acercar con su linterna a llamar la atención de los que fumaban, pues estaba prohibido.
Los recuerdos de nuestros tres protagonistas van dando forma a más de cuarenta años de Cine Florida en Estepa. José María Rivero, por ejemplo, tiene hoy 86 años y una gran memoria, que trae a su mente muchos momentos de los 27 años en los que trabajó en él, de 1953 a 1980. Recuerda que la primera película que se proyectó cuando el cine era de verano fue Quema el suelo (1952), de Luis Marquina, y Calabuch (1956), de García Berlanga, en el caso del cine de invierno, que comenzó su andadura en la primavera de 1957, según recuerda José María Luque, con la celebración del pregón de la Semana Santa de Estepa de ese año.
Rivero explica que detrás de la parte delantera del cine, que era un molino, había un patio donde se situaba la pantalla del cine de verano. Ese molino se techó unos años después y así nació el cine de invierno. En el trozo de patio que quedó se volvió a montar el de verano pero ya sólo duró un año más, cuenta Rivero, que trabajaba por las mañanas en los albañiles.
Recuerda que en invierno se daban tres funciones en los domingos y festivos: a las cuatro de la tarde la infantil, y a las ocho y diez de la noche las de adultos. Entre semana sólo había dos funciones, que con los años se redujo a una, la de las 8 de la tarde, pese a que, según José María Luque, la gente prefería la de las diez de la noche. Proyectar una película cinco o seis días era lo normal si era buena, y recuerda Rivero que “con cualquiera dábamos lleno en varios pases” y que para aprovecharla mejor, al final la pasaban en lo que se llamaba “fémina”, es decir, lo que hoy conocemos como “día de la pareja”, donde la mujer podía entrar sin pagar.
José María Rivero cuenta también que cuando él empezó en el cine de verano, la entrada costaba una peseta en el aforo “general” –compuesto de sillas de enea-, y dos pesetas en la zona de butacas, formada por bancas largas más cómodas y que se situaban detrás de las sillas. El aforo del cine era de unas 700 plazas, y entre sus tareas estaba la de retirar a diario las butacas al terminar la función, las cuales tenían que volver a colocar al día siguiente. La división del aforo en dos partes hacía que hubiera dos taquillas, una para cada zona, así como dos ambigúes, que traen a la memoria de Rivero a Rafael Gómez, un vendedor ambulante de pipas al que califica como “un hombre muy formal, porque entraba en las funciones pagando las tres entradas si era domingo” para poder vender su mercancía.
Francisco Peña, José Martínez –su primer jefe-, Antonio Torres, dos muchachos a los que llamaban “los boleros” (encargados de llevar y recoger en Casa Filomena las películas que venían en un camión desde Sevilla), Joaquín Borrego, Rafael Osuna, Francisco Casado, Vargas “el de la luz”, José Jurado, “el mellizo Pelayo”, Paco “el de la oveja”, Fernando Fernández, un hermano de Félix Blanco, Antonio Fuentes o “el muchacho de Aguadulce casado con Carmelilla” que se hizo cargo del ambigú de la “general”…. todos son nombres propios con los que se escribe la historia del Cine Florida y que permanecen en la memoria de Rivero.
El cine pasó de las manos de Martínez Llamas a la familia Cañete Llamas, que a su vez se lo vendió a una sociedad formada por ocho socios, Cinestepa, que también explotaba el Cine Esperanza de la calle Santa Ana. Su último dueño fue Miguel Luna, que lo tuvo de febrero de 1979 hasta junio de 2003, fecha en que cerró debido a su inviabilidad. El primer largometraje que proyectó la familia Luna fue El perro (1977), de Antonio Isasi, y el último, la película de dibujos animados El Libro de la Selva (1967).
En los años cincuenta y sesenta las películas que más gustaban eran las españolas, las de Juanita Reina, Lola Flores, Concha Piquer, Currito de la Cruz o Antonio Molina. Y si la película o el espectáculo eran buenos –el cine era también teatro y dos o tres veces al año venían a Estepa artistas destacados como Juanito Valderrama- se vendían todas las entradas y el éxito estaba asegurado. José María Luque recuerda, por ejemplo, cómo se llenó el cine con El pequeño ruiseñor, de Joselito, o con Pena, penita, pena, de Lola Flores, así como con dramas como El derecho de nacer o Arroz amargo, en la que las mujeres entraban en pandilla. Con los años los gustos, como la sociedad, fueron cambiando, y las películas de Kung-Fu, por ejemplo, atraían a mucho público joven.
En este sentido, Luque recuerda que las películas más exitosas venían “acompañadas” de un controlador, esto es, un señor que entraba en la sala y que controlaba cuántas entradas se vendían. También “hubo un tiempo en que había un cupo de películas españolas que era necesario proyectar para poder poner las americanas”, si bien a veces las españolas se pagaban pero no se proyectaban porque no gustaban al público. De su última época recuerda el éxito de El Rey León, de Walt Disney, que se proyectó cinco veces en un día.
José María Luque trabajó en el cine de 1953 a 1995, y cuando comenzó ya tenía su carné de Oficial, porque la proyección de la cinta, debido a su facilidad para arder a causa de su material, hacía que el operador de cine tuviera que estar autorizado. A él sólo se le quemó algún fotograma, que recuperaba de manera que el público no se daba cuenta, pero conoce otros cines en los que la película salió ardiendo. “He solucionado todos los problemas que se me presentaron, que en 40 años ya está bien”, afirma orgulloso de su trabajo. No obstante, éste no era su principal empleo porque “el cine no daba para comer”, y menos siendo 11 de familia, así que él trabajó en los mantecados, en oficinas y en el despacho que la RENFE tuvo en Estepa.
Luque también proyectó películas en el cine de verano de la plaza de abastos, llamado Cine Andalucía primero y luego, Cine GonPel, de González Pelayo. También trabajó en los cines de Casariche, Osuna, Gilena o Aguadulce, adonde se desplazaba en bicicleta, por lo que volvía a Estepa a las tres de la mañana. Refiere que entonces había mucha competencia entre los cines, pues era su época de esplendor, ya que había pocos divertimentos más para la sociedad. Sin embargo, llegó la televisión y se acabó esta época dorada, según coinciden los tres en afirmar.
El trabajo de operador consistía en cambiar los rollos de película, estar pendiente de cómo se iba proyectando en la pantalla, de que el foco no quemara la cinta, de que los arcos voltaicos o “carbones” iluminaran correctamente… Explica que una película normal solía tener tres rollos, unos 2.500 metros de cinta, con excepciones como Lo que el viento se llevó o El mayor espectáculo del mundo, que tenían más de cuatro mil metros. Trabajaba con dos máquinas, y el cambio de una a otra se notaba un poco en la luminosidad, pero poco más. Más adelante, se suprimió una de las máquinas y se compraron unas bobinas que cargaban hasta cinco mil metros, lo que cubría la película entera, si bien había que seguir cambiando los “carbones”.
El tercer protagonista de este repaso de la última época del cine en Estepa es Félix Blanco, que comenzó su relación con el Cine Florida cuando éste ya pertenecía a la empresa Cinestepa, en 1963, y trabajó en él hasta el año 81. Empezó de taquillero y también trabajaba de portero, pero su principal tarea era la de acomodador. Cuando empezaba la proyección, apagaba la luz de la sala pulsando un botón, pero cuenta que siempre había gente que llegaba tarde y entonces él les acompañaba hasta su asiento iluminando el camino con su linterna.
A diferencia de sus compañeros, sólo trabajó en el cine de invierno, y como no se podía mover de la sala, podía ver las películas. Recuerda que gustaban mucho las de acción o los dramas, y que “con películas del oeste o de Bruce Lee había días que teníamos llenazo, pero el nivel de personal empezó a bajar a partir del auge de la televisión.”
Félix tuvo una zapatería y durante 44 años fue cobrador de distintas empresas. Su puesto en el cine hacía que trabajara de lunes a domingo, día en el que llevaba a sus dos hijos a ver películas a la sesión infantil. Cuenta que entre las dos funciones para adultos se turnaba con otro compañero para salir a comer, aunque algunas veces cenaba en el mismo ambigú del cine. También recuerda la comida que la empresa les daba por Navidad, porque eran como una gran familia.
Entre sus funciones estaba también la de colocar frente al Ayuntamiento la cartelera, ya hiciera frío, viento o lluvia, porque con un día de antelación la película tenía que ser anunciada al público. “Colgábamos el afiche (cartel), las fotos, el título, el horario…”. Curiosamente, una vez dejó el Cine Florida, con 50 años, Félix sólo volvió a él como espectador una vez, al igual que Rivero, que recuerda haber vuelto al cine a escuchar algún pregón o a ver alguna actuación, pero no a ver una película. Pero ya se sabe lo que pasa con estas cosas, y tal vez tantos años trabajando dentro del cine y viendo películas saciaron la curiosidad que ambos podían sentir como espectadores del séptimo arte para el resto de su vida.